Hay días en que cada pelo está donde debe y el pis cae de un solo chorro dentro del inodoro. No busco la ropa, aparece latiendo en el ropero como si la hubiera pensado la noche anterior. El par de medias está unido en un prolijo bollo y el mejor conjunto espera limpio y seco en el cajón. Termina de calentarse la taza de café y justo están listas las tostadas. Durante los días sincronizados los chicos no lloran de más y hasta duermen de corrido. La Carne De Mi Carne se despierta como un osito cariñoso y manso y me recuerda lo mejor de la vida. Le gusta la ropa que le propongo y la pilcha se desliza en su cuerpito sin ninguna retranca. Al rato Él se despierta relativamente temprano y me toca el culo con cariño y me hace feliz. Toda la armonía del planeta se combina para que el desayuno sea un concierto de dicha. Los choferes de los colectivos parecen llamarse por teléfono para coordinar los recorridos: bajo de uno, entro a otro, nada de esperas frías ni de monedas faltantes. Todo coincide con el cronómetro ideal. El trabajo es un placer fresco y desafiante sin asfixia. Hasta puedo recibir un halago que no decaiga en vulgaridad. La sincronización se mete en las venas y sólo vivo el cansancio de conocer las mañas del otro desde una filosofía zen: de todos tenemos algo que aprender, a no inventarse el estrés. Encuentro las llaves segundos antes de estar frente a la puerta de casa. En los días sincronizados no hay que pensar qué hacer de comer, las sobras de la heladera hablan e indican la combinación correcta para que los compañeros de habitáculo se regocijen con el original menú. El celular tiene toda la pilita completa. La rutina fluye con la única salvedad de que todo sale demasiado bien, y da que sospechar.

Y hay días tormentosos en los que se cruzan los cables del universo. Se cruzan y decaemos, como diría el Gran Julio, en la ruinosa desincronización. La Carne De Mi Carne se despierta con el mellizo de géminis cruzado y todo es lamento y capricho. Si está frío quiere pollera y si hace calor, un buzo. Son los días en que no podemos atender a nadie y como una regla de tres simple, la demanda se duplica. Parece que la gente huele mis ganas de mandar todo a la mierda. Las catástrofes cotidianas pueden comenzar con un mate cocido que se vuelca y ya me tengo que poner a limpiar el enchastre antes de haber podido sacarme las lagañas. Voy a lavarme las manos para sacarme el pegote y el jabón está convertido en un osito de peluche: Él se afeitó y dejó sus pelos que, por supuesto, no vio. Entonces, la condena: a despellejar el jabón. Los días desprolijos existen, no cabe discusión. El remís no llega y hay que re-llamarlo. El colectivo se va en mi nariz y yo en la vereda de enfrente con el semáforo en rojo, que se ríe de mi histeria. Me quedo sin monedas y cuando voy al kiosco a comprar algo completan con caramelos porque no tienen cambio. Cuando la desincronización reina hay un clima turbio en la ciudad que envuelve y hace preguntarnos demasiado. Si hay una manifestación o un choque se interponen en el camino y me retraso todavía más. No puedo relajarme porque estoy llegando tarde y el jefe ya debe estar en la maldita oficina. No puedo relajarme y me meo. Aguanto, aguanto y cuando voy al baño mi pis se divide en por lo menos tres chorros. A la sagrada hora de almorzar el jefe quiere que trabajes y no alcanza el tiempo del día para barajar las tareas que te encargan.

En estos días no hay tiempo para comer, ni mapas para mezclar sobras.

La buena noticia del día cruzado es llegar a la cama. Esos días son odiseas, desafíos del universo para ver hasta dónde llega la paciencia. Entonces, el paraíso es la cama, a la que por supuesto llegamos mucho más tarde que lo habitual porque todo se retrasó, la Carne De Nuestra Carne duerme y ya parece que ningún diablo puede reírse de nosotros. Ahí estamos, en la plenitud del ingreso al fantástico mundo del sueño, en la puerta, y una pequeña molestia me despabila, la maldita vejiga que recuerda su existencia y voy al baño, y los tres chorros de pis arden al salir y no puede ser una cistitis para coronar.

Entonces parece que la pesadilla se estira como chicle usado derretido y la tormenta no termina más. Al final todo parece ser una cuestión de pis y dolor y mal humor y cansancio ante la obstinación del universo. Sólo resta pensar en que mañana los astros se acomodarán y volveremos a la sincronicidad y al pis de un solo chorro y a los días más cortos pero felices.

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