Él gallo que esquiva soplos de silencio, él que devuelve motores con los ojos, él encantador de serpientes y hadas madrinas, él mirada de menta y trapo de abrazos. Él luciérnaga de ciudad recorrida.

Él que se monta a la suerte una vez por mes. Él para no aburrirse; no aburrirse de vivir sin suerte y no cansarse de montársela. Él que se inventa cada día una montaña rusa para escapar al puerco dictamen del tiempo social.

Él impulso arrepentido, él rey de la luz prendida, él autodidacta acérrimo, él de asuntos resueltos para ayer, él ajedrecista de cuatro jugadas, él padre sin fin y con pausas; él terrorista de las burocracias, él generoso desvergonzado, él anarquista cotidiano, él que se jacta de sus huevos de oro.

Pobre él al que le pido más y más, menos cresta y más amanecer, más charla y menos teorías, más miradas y más halagos, menos coqueteo y más seducción, más calor en los ojos y menos entrega en los brazos, menos prejuicio y más selección.

Más regularidad y menos aburrimiento, más fidelidad, menos vértigo, más apuestas, más ganancias, menos llanto al perder; más adaptación, más camaleón, nunca tiburón, menos común, más familiar, menos tradicional.

Más razón, menos miedo, menos rencor, menos venganza, más estrategias, más sencillez, menos voracidad, menos ambición, menos inquietud, más respeto, más rock, menos ego.

Más sexo, más atención, más cuidado, más regalos, más planes, menos puteadas, más paciencia, más orden, menos cosas, más cariño, más mimos, más éxito, menos alcohol, más alcohol, menos chicas, menos celos, más vida, menos padre, más shopping, más alcancía, más tecnología, menos animales, más ritmo, menos ansiedad, menos ansiedad, menos contracturas, más dedicación, menos tecnología, más entendimiento, más consideración, más reglas, menos sistema, más, menos, más, menos, más y más.

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