Malditas aguavivas aplastadas que deambulan por la calle sin sabor ni color. Visten con ropa conservadora y a la moda sus cuerpos deformados por la inacción. Caminan lentamente y se camuflan con la masa sin jugarse jamás por nada, porque no saben que existen los juegos. Y menos que menos entienden de jugar a vivir. Sus escasos movimientos son impulsados por la conveniencia y las normas, armaduras de las cuales no saldrán jamás. Pueden pertenecer a un grupo, sí, pero sólo porque el arroyo podrido de sus estúpidas existencias los acorraló en una esquina y los convidó de casualidad con oportunidades. Pueden amar, sí, pero sólo a otros ni.

Ni forros, ni cagones, ni vergonzosos, ni músicos, ni atletas, ni tetas. Todo los conforma mientras no los movilice ni les exija. Avestruces ocultos siempre, no prometen para nunca fallar. Corazones tibios capaces de comer pizza sin salsa y de ir de vacaciones siempre al mismo lugar. Los ni se alimentan de hallazgos recomendados por otros. Ni disfrutan, ni la pasan mal. No tienen ambiciones personales, sólo ajenas. No son tacaños ni gastadores. Hacen lo que la manada indica y creen en la objetividad.

Los ni nunca cuestionan, ni improvisan ni se destacan. No tienen gustos musicales, la ocasión les viene bien. Sus amigos son los mismos de toda la vida. La joda es el fútbol una vez a la semana o el paseo por el shopping aunque no compren nada. Los vicios ni rozan a los ni, el riesgo no juega en sus vidas. Pueden fumar unos pocos cigarrillos y rara vez se emborrachan pero cuando lo hacen, vuelcan.

Su vida es una farsa de vida. Los ni pueden bailar pero no se divierten. Usan traje si el trabajo se los pide. Sus bellezas son insulsas, lavadas. Tienen hijos, como Dios manda, mejor si es la parejita. Temen malcriar a sus hijos y por eso les niegan sus brazos y por eso son los pendejos más malcriados.

Ni putas ni putos ni intelectuales ni transgresores ni salvajes. Ni revolución ni libertad. Ni penitencia ni renuncia. Ni lágrimas de pelo y ni un pelo de lágrimas. Ni porro ni malestar estomacal ni acidez. Ni pelucas ni primaveras, ni sexo orgásmico ni sexo gástrico. Nada de aceitunas ni pinos ni diarreas nerviosas. Ni saberes ni circunstancias. Ni tiburones en las playas ni playas donde temer. Ni países ni encrucijadas. Ni principios ni principiantes. Sin postre y sin carretera. Ni autopistas donde cabalgar. Ni coches que patear. Ni gomas ni tetas que inflar. Ni vientres que llenar, ni leche que tomar ni que tragar ni que escupir. Ni juegos que pensar ni infladores para bucear. Ni vocecitas llamando ni llamadas que atender. Ni gorriones ni águilas. Ni deseos ni frutillas escondidas. Ni pensar en cables y menos que menos en cables pelados. Ni comunicaciones importantes ni comunicaciones a secas. Ni secos ni mojados. Ni mojadas ni orejas mojadas, ni ojos mojados ni ojos morados. Nada de nada atascada en la nada del ni ser.

Ni ser feliz, ni aprendiz, ni qué decir. Barriletes claro que sí, todo es viento y corriente y masa en el mundo ni. Todo es altibajo sin bajarse ni subirse para no herir las estabilidades. Perdón, la estabilidad. Querida y amada seguridad de la nada. No sos ni almohada, ni ventana, ni pelo, ni pezuña ni escalera ni serpiente. Sos hongo muriendo, gusano pisado, huevo roto, torta quemada, dedo mutilado, colchón desvencijado, edulcorante, pechuga limpia. Ni siquiera la nada, ni. La nada pesa, pesa hondo, cala dentro de las entrañas y hace llorar y extrañar lo que no existe. De eso no sabés, ni. Sólo sabés pisar suavemente una cabeza si la vida te la ofrece y elegir un perro de marca para amarlo más que a tu hijo. Saludar a tu mujer como si fueras un hombre de ley y estuvieras casado y siguieras todas las leyes saludables de la sociedad. O casarte con un buen hombre que te hace cornuda y trabaja sin vivir para comprar un auto y una casa con un perro de marca y un par de hijos. Y la sociedad es un invento ni. La inventaste tibiamente en tus paredes y no te sirve para nada. Y la felicidad no se prueba: se devora y se traspasa. Pero de eso no sabés, qué vas a saber si usás chombas y camisas y pantalones de vestir.

Nada, ni, nada te suena conocido porque nada esperás. Tus aspiraciones son comunes. Tus deseos se subsumen a tus deberes. Y tus deseos vividos son pura culpa y enfermedad. Y miedo a la muerte, claro. Porque se te va la vida y no has vivido la nada. Sólo has vivido sin extirpar el jugo de los días. Sin sentir el golpe del viento en la nuca, el latir del ojo y la transgresión, la transformación, el poder del verdadero deseo, el deseo rector. Se te va la vida y ni fuerza para correrla. Sólo le tenés miedo. La vida te da miedo y sos pura mierda derretida que se escurre sin ser. Mierda ni. Pura mierda líquida que ni. Los días se te van y la muerte te persigue de cerca, en la sombra, en la pasta de dientes. En los ojos de tu perro, en el llanto insoportable de tu hijo. La muerte se anuncia porque la buscás, le temés. Aunque no te lo merezcas alguien te cuida, la muerte te convida. No es no vivir ni vivir. Es ni. Ni tierno ni pegajoso. Ni pelusa ni escorpión. Ni no, ni sí. Ni y muerte. Muerte a los ni.

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